A medida que se alcanzan más descubrimientos científicos, entre ellos la intrincada configuración del genoma humano ADN (consistente en las instrucciones cuidadosamente ordenadas de 3000 millones de letras genéticas), la increíble complejidad de la célula y la inexistencia de millones de formas de transición entre los diferentes tipos de plantas y animales, la teoría de Darwin está en claros aprietos.
En 1997 Patrick Glynn, un ex ateo con un doctorado de la Universidad de Harvard, escribió: “Hace tan sólo 25 años una persona sensata que hubiese considerado únicamente los datos científicos sobre este tema, probablemente se hubiera inclinado al escepticismo. Pero actualmente ya no es así. Hoy en día la información concreta apunta fuertemente hacia la hipótesis de un Dios” (God: The Evidence [“Dios: Las pruebas”], 1997, pp. 55-56).
Pero muchos científicos se niegan a rechazar la evolución debido a sus implicaciones teológicas y filosóficas.
En cierta ocasión Richard Lewontin, biólogo de Harvard, dijo con franqueza: “Estamos de parte de la ciencia a pesar de la evidente ridiculez de algunos de sus postulados, a pesar de la tolerancia de la comunidad científica en cuanto a las infundadas historias idealistas, ya que nos comprometimos anteriormente . . . con el materialismo . . . No podemos permitir que un Pie Divino se introduzca por la puerta” (“Billions and Billions of Demons” [“Millones de millones de demonios”], New York Review of Books, 9 de enero de 1997, p. 31)
Falta de pruebas
Lo que a Darwin siempre le faltó fueron las pruebas de las formas de transición entre los organismos unicelulares y los multicelulares, entre los reptiles y los mamíferos, y entre los simios y los hombres, por nombrar sólo a unos pocos. Él llegó a preguntarse: “¿Por qué, entonces, no está atestado de eslabones intermedios cada formación geológica y cada estrato? De hecho, la geología no revela en absoluto semejante cadena orgánica, finamente graduada; y esta es, quizá, la objeción más obvia y seria que puede esgrimirse en contra de la teoría” (The Origin of Species [“El origen de las especies”], 1958, edición Mentor, pp. 293-294).
¿Qué hizo entonces Darwin? Trató de explicar la ausencia de pruebas fosilizadas diciendo que los datos geológicos eran imperfectos y que no había habido muchas excavaciones. Sin embargo, en la actualidad y de acuerdo con el bioquímico Michael Denton, de los 44 órdenes de vertebrados terrestres vivos, se han encontrado ejemplos fosilizados de 43 de ellos (es decir, ¡más del 97 por ciento!). Y entre estos grupos no se ha hallado ninguna forma en transición; ni siquiera, por ejemplo, algo entre las escamas de los reptiles y las plumas de las aves, dos grupos de criaturas supuestamente relacionados.
El paleontólogo Stephen Jay Gould reconoció que “la extrema rareza de las formas de transición entre los fósiles sigue siendo el secreto profesional de la paleontología” (The Panda’s Thumb [“El pulgar del panda”], 1980, p. 181).
Si la teoría de Darwin fuera correcta, deberían existir millones de formas de transición: plantas y animales en diferentes estados de transformación entre una clase de criaturas y otra, debido a la mutación y la selección natural. Más aún, si la evolución fuera cierta, deberíamos ver muchas más formas en estado de transición que en su estado final de desarrollo y funcionamiento. Y entre el más de un millón de especies que habitan la tierra, y los tipos fosilizados aún más numerosos, al menos deberíamos poder observar unas cuantas criaturas en pleno estado de mutación. Sin embargo, no se ha encontrado ninguna.
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Pero muchos científicos se niegan a rechazar la evolución debido a sus implicaciones teológicas y filosóficas.
En cierta ocasión Richard Lewontin, biólogo de Harvard, dijo con franqueza: “Estamos de parte de la ciencia a pesar de la evidente ridiculez de algunos de sus postulados, a pesar de la tolerancia de la comunidad científica en cuanto a las infundadas historias idealistas, ya que nos comprometimos anteriormente . . . con el materialismo . . . No podemos permitir que un Pie Divino se introduzca por la puerta” (“Billions and Billions of Demons” [“Millones de millones de demonios”], New York Review of Books, 9 de enero de 1997, p. 31)
Falta de pruebas
Lo que a Darwin siempre le faltó fueron las pruebas de las formas de transición entre los organismos unicelulares y los multicelulares, entre los reptiles y los mamíferos, y entre los simios y los hombres, por nombrar sólo a unos pocos. Él llegó a preguntarse: “¿Por qué, entonces, no está atestado de eslabones intermedios cada formación geológica y cada estrato? De hecho, la geología no revela en absoluto semejante cadena orgánica, finamente graduada; y esta es, quizá, la objeción más obvia y seria que puede esgrimirse en contra de la teoría” (The Origin of Species [“El origen de las especies”], 1958, edición Mentor, pp. 293-294).
¿Qué hizo entonces Darwin? Trató de explicar la ausencia de pruebas fosilizadas diciendo que los datos geológicos eran imperfectos y que no había habido muchas excavaciones. Sin embargo, en la actualidad y de acuerdo con el bioquímico Michael Denton, de los 44 órdenes de vertebrados terrestres vivos, se han encontrado ejemplos fosilizados de 43 de ellos (es decir, ¡más del 97 por ciento!). Y entre estos grupos no se ha hallado ninguna forma en transición; ni siquiera, por ejemplo, algo entre las escamas de los reptiles y las plumas de las aves, dos grupos de criaturas supuestamente relacionados.
El paleontólogo Stephen Jay Gould reconoció que “la extrema rareza de las formas de transición entre los fósiles sigue siendo el secreto profesional de la paleontología” (The Panda’s Thumb [“El pulgar del panda”], 1980, p. 181).
Si la teoría de Darwin fuera correcta, deberían existir millones de formas de transición: plantas y animales en diferentes estados de transformación entre una clase de criaturas y otra, debido a la mutación y la selección natural. Más aún, si la evolución fuera cierta, deberíamos ver muchas más formas en estado de transición que en su estado final de desarrollo y funcionamiento. Y entre el más de un millón de especies que habitan la tierra, y los tipos fosilizados aún más numerosos, al menos deberíamos poder observar unas cuantas criaturas en pleno estado de mutación. Sin embargo, no se ha encontrado ninguna.
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